De repente el tiempo se detuvo. Bueno no el tiempo en sí, más bien se congeló toda la gente de mi alrededor. Pasó mientras comía. A mi papá le faltó poco para levantarme la mano de advertencia al ver mis burras calificaciones del bimestre. Y así se quedó, con la mano apenas despegándose de la mesa, y mi mamá y mis hermanos viendo el acto de injusticia con su cara de babosos. Al principio me saqué de onda, porque creí que yo lo había provocado. Toqué la cara flácida de mi papá y no respondió, aproveché para darle un putazo al hombro a mi hermano y nada. Quise ver qué pasaba. Salí a asomarme y en el instante en que el silencio me removió la cabeza una pinche ideota se me dejó venir; fue rápido, sin meditaciones y sin carajos análisis. Nunca me había alegrado tanto ir a la escuela, a pesar de que en la mañana llevaba haciéndome guey para retrasarme y no entrar. Ya afuerita de la escuela, caché al puto de Mendoza, esperándome en la esquina y enfrente de él la Fernaquita, siempre echánd