Nunca me había alegrado tanto ir a la escuela
De
repente el tiempo se detuvo. Bueno no el tiempo en sí, más bien se congeló toda
la gente de mi alrededor. Pasó mientras comía. A mi papá le faltó poco para levantarme
la mano de advertencia al ver mis burras calificaciones del bimestre. Y así se
quedó, con la mano apenas despegándose de la mesa, y mi mamá y mis hermanos
viendo el acto de injusticia con su cara de babosos. Al principio me saqué de
onda, porque creí que yo lo había provocado. Toqué la cara flácida de mi papá y
no respondió, aproveché para darle un putazo al hombro a mi hermano y nada.
Quise
ver qué pasaba. Salí a asomarme y en el instante en que el silencio me removió
la cabeza una pinche ideota se me dejó venir; fue rápido, sin meditaciones y
sin carajos análisis. Nunca me había alegrado tanto ir a la escuela, a pesar de
que en la mañana llevaba haciéndome guey para retrasarme y no entrar. Ya
afuerita de la escuela, caché al puto de Mendoza, esperándome en la esquina y
enfrente de él la Fernaquita, siempre echándole los perros, viéndolo de pies a
cabeza, y a unos pasos más la maestra de Artes Plásticas que bajaba de un taxi.
En
corto que me acerco al Mendoza y sí, le arranqué los pantalones como Dios me
dio a entender y hasta los calzones apestando cabrón a pescadería. Fernaca
seguro se enamoraría más de ese pequeño defecto. No fue todo, porque luego
saqué el maquillaje del bolso de artes y le pintarrajeé varios penes en su
cara.
Atravesé
la puerta de la entrada y desde lejitos vi al putito que llevaba meses
tirándole los perros a mi novia, echándole indirectas y mandándole pendejos
mensajitos frente a mí. Lo que hice me dio asco y al mismo tiempo me
enorgulleció. Con cuidado le quite su playera y me fui a dar la vuelta buscando
caca de perro. Ya traía un buen bulto en la camisa (no sé cómo chingados
soporté el olor) y ya frente a frente se la unté en toda la cara de chivo que
trae, hasta le dije al puto: “A ver si así se te quita lo pinche pendejo”.
Total
que terminé haciendo otras cosas más. Le llené la boca de moscas al mandilón
del Poldo, le atracarme la feria a la de los tacos, por no regresarme el cambio de ayer del billete de
100, y ya de pasito le pinté el pelo al perro de la señora de intendencia que
siempre me anda chingando con sus ladridos.
De
tanto estar metido en el sufrimiento de los demás, olvidé lo importante, y ya
andaba puesto para meterle un beso a la de inglés cuando las cosas retomaron su
curso. No hubo beso, pero sí un citario. Me inventé al momento, que me acerqué
para quitarle mierda de pájaro, pero ni yo me la creí.
Después,
todo siguió igual: Mendoza me siguió chingando y Fer se enamoró de su pequeño
defecto; mi novia me cortó y se hizo novia del pendejito, con todo y su
infección que le salió por la caca en su cara; Poldo fue sometido a un lavado
de estómago y regresó como un triple lame huevos; la de los tacos recibió su
dinero que le dio el director y jamás me dio mi cambio de 100; al perro
castroso le cortaron el pelo y dijo su dueña que de no haber sido por eso no le
hubieran detectado una bola cancerígena; y yo, yo espero que todo mundo se
vuelva a congelar, entonces sólo quiero darle un piquito a la de inglés.
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