Detrás de los crímenes de la Semana Escarlata, Francisco Tario
Los siguientes hechos pretenden explicar los crímenes de la llamada Semana Escarlata, que el escritor mexicano Francisco Tario escribió en la década de los cuarenta, recordando al lector que el texto es una mera ficción probable que desbordó de la imaginación del escritor luego de leer la primera parte del cuento de Tario.
Aquellos incidentes de
fuego y muerte que devinieron bajo la
Semana Escarlata emplean una relación muy extensa, una serie de hechos que
desencadenaron con una noticia que casualmente no se menciona en ningún
periódico y que tiene que ver con la llegada de la embajadora de la India en el
Aeropuerto de los Ángeles, Alisha Vohra Sachdeva y de su acompañante canino Vórac,
y a quien en su intento por trasladarse a su hotel se sirvió del servicio de un
taxi.
Su dueño, un musulmán
de nombre Abdul Ebeid, prefirió perder su empleo antes que subir a la
embajadora y su animal de compañía que para su religión no es más que un
incitador al mal, pues bien refiere en su libro Sahih Muslim, libro 24, número
5246, que fue un cachorro el que disuadió al Arcangel Gabriel de entrar a la
casa de Mahoma. “No, peros. Peros pecarores de marl”, dijo Abdul al ver al
perro.
La embajadora hindú a
través de una conferencia de prensa denunció de forma secundaria estos hechos y
los calificó de discriminación. Sin embargo, no importó a la población general,
pero sí a los gremios hindúes asentados en los barrios de Chicago que creyeron
necesario una intervención por haber profanado uno de sus más sagrados
animales.
Abdul fue atrapado casi
al instante en uno de sus viajes y cuando el cuerpo policiaco le colocó las
esposas lo hicieron en nombre de tentativa de secuestro de un menor, falacia
que le hirvió la carne al musulmán y que luego los hindúes celebraron con una
cena en las calles de Chicago.
Es claro que el otro
bando vio esto como sacrilegio y en lugar de realizar marchas con modestas
pancartas, dejaron en las calles de Chicago docena y media de perros con los
cráneos destrozados que si bien no pertenecían a los hindúes sí a su religión.
Esta guerra continuó
con miles de fabricas envueltas en fuego y finalizó con la muerte de un famoso
orador musulmán que encontraron enterrado en la patio de su jardín con el único
indicio de su calva asomándose entre la tierra.
Sin embargo, cada
mirada es distinta y para lo que los hindúes llamaron victoria para los musulmanes
se convirtió en un gesto contradictorio que revivieron en su memoria y que en
los antiguos años tuvo el nombre de Sabatai Sevi, un profeta judío que se volvió
al islam y que si bien no fue el salvador de los judíos lo fue para el musulmanes.
La muerte del orador
era un acto contradictorio debido a que jamás pensaron que llegarían sus
últimas horas. A esta acción se le vio como una señal, un retorno del profeta
Sabatai Sevi por liberar a su pueblo.
Claro que esto los
periódicos, hospicianos por el Estado, no lo mencionan, sino sólo para esbozar
una serie de hechos que en esta temporada de elecciones a la presidencia los
propios electos prometen con más seguridad en las calles.
Casualmente, y esto es
un hecho extraordinario que escapa de mi conciencia, un niño desnudo se
presentó en el gueto islámico prometiendo que era el mismo Sabatai Sevi que
venía a llevarse a su pueblo a la casa de Alá. Los islámicos creyeron en él y
en su mano todopoderosa que curó a algunos integrantes del gueto.
Luego de los milagros
el niño soltó el discurso por el que lo había enviado Alá. “Vengo a llevarlos a
la tierra prometida, pero antes deberán de desterrar a la impía que hizo
encarcelar a nuestro hermano por culpa del perro que recuerden, distrajo al
Arcangel a entrar a los aposentos de Mahoma. Cuando vean la señal hagan que la
pecadora se arrepienta y yo vendré para llevarlos a donde sólo las almas gozan
del fruto”.
No tardó mucho en que
la señal llegará a través de los televisores: “Profesionista hindú muere por
una puñalada en su cosquilla izquierda. La Fiscalía del estado aún desconoce
cómo sucedieron los hechos, ya que relatan que puertas y ventanas estaban
totalmente cerradas”.
Para los musulmanes era
obvio que se trataba de una señal del niño por el misterio del hecho. Y tampoco
tardó mucho en ser escuchado por uno de los taxistas musulmanes quien en ese
momento, a través de su retrovisor, decidió actuar a favor de su Dios. La
embajadora apenas y supo qué estaba ocurriendo, pues al detener el taxi, el
dueño no falseó en llevar sus manos al cuello de la mujer y sacarle hasta el
último aliento. “¡Por Alá!”.
Con las calles de
Chicago tensas y los últimos asesinatos, los estadounidenses se trasladaban con
armas y con un sigilo incomparable a sus empleos y hogares. Dominados por la tensión
y la incertidumbre rezaban porque todo acabara y así fue el último domingo,
donde apareció el niño sacrificado en un río. Pero aún más extraño fue que el menor
no fue identificado ni por sus huellas dactilares ni por sus dientes ni por
nada, según registros del Estado el niño no existía y la única señal en su
cuerpo era una mancha en forma de árbol que parecía de nacimiento.
Sus adeptos lo
volvieron a ver como otra señal y la última, donde serían llevados al lado de
Alá como había prometido el niño antes de dar muerte a la embajadora. Con la
población aterrada y en sus casas, el árbol de Central Park amaneció con 84
trajes robados de una sastrería de los 84 miembros que formaban parte de la
congregación, pues para ellos Sabatai Sevi representaba el árbol en espíritu.
El último hecho me sigue intrigando pues todos los musulmanes desaparecieron de forma misteriosa y esto causó felicidad entra los hindúes que volvieron a celebrar y a tomar las calles como ofrenda de paz.
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