Ad Líbitum


̶ Usté no conoció a mi papá don Ermenegildo Gonzáles como yo. En pocas palabras era un jijo de la chingada que nos trataba con la punta del pie a mi mamá y a mí. Así como lo oye. ¡Qué ningún héroe ni que ocho cuartos! ¡Cómo va a saber si ninguno de los que está aquí vivió con él!
̶ No diga eso, Tomasita. Tenga un poco de respeto, su papá, que en paz descanse, era un santo. Ayudó mucho al pueblo y me atrevo a decir que ustedes fueron lo mejor para él.
̶ Salud por ese viejito cascarrabias, que por fin Dios se dignó a llevar, porque hasta eso se tardó setenta y dos años.  
̶ Pero qué falta de valores tiene. Mire que estar tomando en el funeral de su padre, y levantarle falsos… ¡Es una blasfema atrevida!
̶ Pos no faltaba más, mi papá me crió. Qué le hago. Y no se moleste que yo ya me voy. Nomás vine a ver con mis propios ojos que es real que ya murió el viejito… y esculpirle a su cajita, claro.  
̶ Le voy a pedir que por favor se retire. Toda la gente ya…
̶ ¡Ohhhsss! ¡Pérese! Le voy a contar una anécdota de mi padre, una de las muchas que nos hizo. Ahí nomás para que se desencante y dejé de creer que mi papá era un ángel.    
̶ ¡No quiero saberlo! ¡No quiero saber nada de usted! ¡Retírese o…!
̶ ¡Pérese! Para empezar el viejo trabajaba con puros rateros. ¿Quién cree que se robó el cargamento de tren de hace años? Y eso no es nada; el cabrón me quiso vender de niña. Así como lo escucha. Ahísta su Zapata. ¡Salud!
̶ ¡Señorita! ¡¿Cómo se atreve a levantar esos falsos a un hombre bueno!? ¡Ya váya…!
̶ Yo tenía exactamente quince años, ¿se imagina? El viejo llegó oliendo a pulque de quién sabe dónde y aprovechó que mi mamá no estaba en la casa, y vámonos pa´fuera. Me iba jaloneando del brazo y manoseándome. ¿Y qué cree que decía? Que yo valía un chorro de billetes. ¡Yo niña, no entendía nada! De repente nos parábamos y el borracho se quedaba mirando hacia el suelo todo tierroso, dizque leyéndolo en voz alta. En una de ésas clarito escuché, y esto jamás se me va a olvidar, que dijo minotauro y oro. Luego me dijo a mí que ya faltaba poco para llegar, y justamente en ese momento una combi se paró frente a nosotros, se bajó una señora grande y vi a mi mamá adentro. Ya nomás mi mamá me llamó y en seguida que me suelto de la mano de mi papá. Se quedó ahí, todavía leyendo la tierra.



Gibrán Christopher. Todos los derechos reservados.

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