Legión de luz y sombra
Toda
la familia se encontraba bajo la luna en un aposento bastante grande;
rodeábamos una mesa que contenía los más exquisitos manjares que puede proveer
la vida, comida totalmente deliciosa, y no me olvido del vino y demás bebidas
capaces de adaptar tu personalidad. Yo (su narrador pecador) disfrutaba de
todas aquellas entrañas de la mesa mientras charlaba con uno de mis primos
(tengo siempre la mala costumbre de comer y hablar al mismo tiempo). Una de las
muchas conversaciones nos llevó a manifestar nuestras creencias y concepciones
acerca de la religión: en lo personal, mis humildes lectores, les confieso que
mi salvador siempre está presente en todas los aspectos que desarrolla mi vida
y, mejor aún, lo he soñado tantas veces que no tengo la mínima duda de su
absoluta existencia. Pero cada uno de nosotros tiene expresiones distintas, y
yo lo respeto, así como respeté los comentarios de mi primo. Muchas discusiones
giraron en torno a este tema interminable; era tan delicioso que mi primo me
sugirió continuar nuestra célebre conversación en su casa. Yo con mucho gusto
acepté su invitación.
Subimos
a su automóvil con un poco de nuestra numerosa familia: la abuela y una de sus
amigas, los tíos, mi primo y yo. Les ofrecimos (o mejor dicho mi primo les
ofreció) trasladarlos a su hogar, ya que cada uno quedaba de paso a nuestro
destino.
Partimos
nuestro viaje, y al dejar a la amiga de la abuela en su casa observamos que
justo al lado se estaba llevando a cabo un ritual en el que pudimos ver al
mismísimo Satanás y a sus seguidores. No sé si me pueda explicar correctamente,
pero lo intentaré. El lugar en donde se estaba erigiendo este ritual era un
espacio abierto, el suelo de abundante pasto, al fondo se levantaba un gran
muro cuadrado y sobre él se divisaba una especie de dibujo (parecido a uno de
esos angelitos que sostienen un arpa, sólo que en vez de ello era un diablito,
totalmente rojo. Me atrevería a decir que estaba dibujado en sangre).
Fue
muy estremecedor ver a toda esta multitud bailando y adorando el dibujo ya
comentado. El líder estaba casi desnudo, digo casi porque unos pequeños ramajes
colgaban de su cintura; toda su cara pintada de rojo (¿O sangre?); sostenía una
clase de cedro, o quizá un palo; y tenía dos pequeños cuernos en su frente que
delataban su liderazgo para con los demás.
Yo
no me sentí asustado en lo absoluto, pues sé que Satanás representa la dualidad
de mi salvador, y así como yo rindo tributo a él, estas personas veneraban a
Satanás. Por su parte, mi familia se hallaba totalmente aterrada por estos
vestigios y signos que creo yo jamás habían visto; temblaban y sus ojos casi
salían de las orbitas, sudaban en exceso y sus rostros figuraban el temor de un
preso cuando está a punto de ver a la muerte.
Este
terror se volvió más perceptible cuando el líder notó nuestra presencia y
caminó hacia la amiga de la abuela; la agarró por la mano y como si fuera obra
del hipnotismo se unió al ritual. Entonces, el líder se acercó poco a poco al
automóvil, las voces de mi familia se tornaron audibles cuando sucedió esto,
pero de pronto todo fue silencio, y al voltear para mirarnos las caras sólo
quedaban: mi primo, la abuela y yo. Mi primo reaccionó de una manera enérgica y
arrancó el automóvil con nosotros dentro.
Pero
aquí no termina todo. Pronto comenzamos a ver personas que fueron dominadas por
el total control de ese culto. Nos perseguían. Pude ver claramente frente a
nosotros a tres personas tomadas de la mano, formando una cadena para evitar
que siguiéramos nuestra huida. Por más que intentábamos escapar no pudimos
conseguirlo. Esquivamos esta primera cadena, pero conforme avanzábamos, más
cadenas se presentaban con muchísimos más adeptos.
El
automóvil descompuso antes de llegar a la octava cadena; tuvimos que bajar de
él y correr lo más rápido hasta llegar a un montículo, rodeado de un bosque en
su total oscuridad.
Y
justo después de dar vuelta al montículo, se encontraba sentado en el suelo un
adepto del culto, mendigo de perdón. Lo que hice en seguida me orgulleció, pues
le di una fuerte patada en su rostro, matándolo. Una vez extendido todo su
cuerpo en el piso, empecé a golpearle la cara con mi pie izquierdo, golpe tras
golpe su cara se desfiguraba. La abuela advirtió esto y gritó:
̶
¡Déjalo! ¡¿Él qué te ha hecho para merecer la muerte?! ¡Maldito pecador! ¡¿Así
te haces llamar hijo de Dios?!
Sus
palabras se han quedado reclavadas en mi alma desde entonces, y con justa
razón, me estaba convirtiendo en lo que más detestaba en la vida: un pecador.
Me tranquilicé y lloré mi náusea, pero estos sentimientos no duraron mucho, ya
que detrás de la abuela rápidamente se acercó otro adepto, llevando en sus
manos un par de guadañas filosas; sin embargo, pude impedir su muerte luchando
contra él: sostenía sus brazos para evitar las llagas profundas que merecía, merecía
ese hermoso sueño llamado muerte, pero no podía cobijarme en él sin antes estar
seguro de que la abuela y primo estuvieran a salvo de aquel estúpido; esquivaba
con perfecta coordinación sus guadañas, lo golpeé en el rostro dejándolo en el
suelo. En seguida le dije:
̶
¿No quisieras otra oportunidad, hermano mío? ¿Un nuevo amanecer?
Levantándose
del suelo el adepto, con una sonrisa, respondió enérgico:
̶
¡Sí! ¡Eso quisiera!
Le
extendí mis brazos como aquél que le da la bienvenida a un mundo mental. Pero…
al hacer esto, noté que sacaba lentamente un cuchillo detrás de su espalda, por
lo que no me quedó más remedio que actuar deprisa: como una maldita y tétrica
obra de magia en mi mano apareció repentinamente un cuchillo y se lo enterré en
su estómago. Una luz palpitaba, una luz negra gobernada por demonios internos.
¿Dónde estaba mi ángel, al que tanto necesitaba?
Al
desfallecer el sufrimiento de aquel adepto, en el cielo se erigió una hermosa
luz blanca, quizá un perdón, o un nuevo comienzo para mí; en realidad nunca
supe en sí que había tras ese gran misterio. Una cosa es segura, mis leales
lectores, somos dominados más por demonios internos que por ángeles internos, y
me alegraré por aquél que afirme estar controlado por ángeles, porque es él
quien tiene opulencia divina. Yo, estaré gobernado por esta legión de luz y
sombra, más lo último que lo primero, y seré preso de esta dualidad hasta vencer
las sombras que rondan los huecos de mi alma.
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