Mamasté


Soñé conmigo; con un Dario contrario a lo que es: bravo, penetrante, tormentoso. Soñé con un Dario que defendió su hogar de intrusos (para mí, amigos de mi mejor amigo) con las palabras más viles y epicúrias, mientras señalaba a su infractor con el temple de un fascista. Soñé con un Dario ágil para los trancazos, que no contempló la opinión de los demás, sino la propia para humillar al supuesto héroe con un ataque de tigre hambriento. Soñé con un Dario que ahuyentó a los extraños, y que en tanto bajaban las escaleras les escupía sobre sus caras sin temor a que se les encarara, porque justo ése era su cometido: que alguno se levantara en su contra para bajarlo a puro puño cerrado. Soñé con un Dario abyecto que, ya invadido por calor de la noche, delinquió contra la seguridad ciudadana. Soñé con un Dario escondido tras las puertas de una iglesia, de una patrulla que lo perseguía; no hubo arrepentimiento ni fragilidad ni lágrima ni siquiera miedo, sólo una pinta a pies de la figura de María. Soñé con un Dario que salió de la casa de Dios y puso mano sobre los muslos de ébano de una mujer que caminaba.
Ahora temo que ese Dario exista y esté al otro lado del mundo, o a la vuelta de esta casa, o incluso dentro de mí, aunque no voy a decir que no me gusté más así.







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