Un crimen
Se interpuso en su agonía. Se le encaró y con su dedo amenazador golpeó su pecho una y otra vez, mientras le decía: “Mira, morro, te vas a subir al puente y cuando te encuentres a unos güerillos de tu edad les gritas en su jeta: ‘Puta, ya te cargó la chingada’”. Hubo una distorsión de realidad en Pablo; una incógnita que desplegó varias posibilidades acerca de que era el hombre equivocado, y ante esta expresión, que se disgregó alrededor de su boca y ojos, el amenazador le respondió: “Ya te la sabes, morro, si te rajas puede que tu jefecita del segundo piso de este hospital no salga entera. Así que mueve las nalgas”. Pávido, con el gorgoteo del corazón moviendo todo su cuerpo y mirando a todas direcciones Pablo meneó débilmente su cabeza y tartamudeó alguna frase incomprensible. El amenazador reiteró el sufragio y las exactas palabras “Puta, ya te cargó la chingada” y se fue con la promesa de vigilar cada acto. Distintas tretas se le incrustaron a Pablo para zafarse de la maña. N...